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"No vemos las cosas tal cual son... las vemos tal cual somos"

domingo, 1 de septiembre de 2013

Cuando comer es un infierno (Frases)





Es muy difícil jugar a ser princesa con
un paño ensangrentado entre las piernas

Pienso en las mujeres de siglos pasados que ingerían
vinagre para cultivar su palidez y sus ojeras,
en las que se daban fricciones con mercurio, o las
que se depilaban la mitad de la trente para alargar
de manera interesante sus facciones y mostrar la
delicada curva del cráneo. Pienso en las deformidades
y dolores que causaban los corsés, en la falta de
oxígeno y en la pesadez de arrastrar un miriñaque.
Pienso en los pies vendados de las mujeres chinas,
en los collares que alargan y descoyuntan el cuello
y en los tatuajes rituales de algunas tribus africanas.
Pienso en las grandes bellezas de la historia, y
en cómo siempre existía algo que las convertía en
mujeres peculiares, fuera su inteligencia, su ambición
o su destino trágico. Pienso en las barbaridades
cometidas en nombre de la belleza, la virginidad
o el papel de la mujer, y ninguna me parece más
extrema, más dolorosa y grave que la actual obsesión
por la delgadez y la juventud.



La
insatisfacción, y su hermana gemela el ansia de
perfección, matan.

La bulimia se nutre en el secreto, en la angustia
callada, en una represión de emociones, en un
crecimiento interno de la infelicidad y la vergüenza.
En el exterior, nada ocurre: en muchos casos, la
chica es sociable, alegre, responsable. No aumenta
o disminuye de peso. La bulimia carcome de manera
discreta, y lija el interior de las enfermas hasta
dejarlas huecas. Ese hueco sólo puede llenarse
con comida.


Comer se encontraba
bajo sospecha; y cuanto más deliciosa fuera la
comida, más se debía recelar.

y de rechazar alimentos
basándome en el gusto, y no en las calorías
o en lo que debería o no comer.




Pero las críticas, por insignificantes
que fueran, me resultaban insoportables. Se adhe-
rían a mí¿ y continuaban presentes durante meses.
Un comentario sobre una goma del pelo me hacía
cambiar inmediatamente de peinado, un sarcasmo
de un profesor hacía que me ardieran las mejillas
cada vez que volvía a mi mente.


Entonces,
semidesnuda frente al espejo, me vi por primera
vez: había adelgazado, las faldas se deslizaban flojas
en mis caderas, y en el espejo una muchachita
delgada y guapa me observaba con incredulidad.
Tardé unos segundos en reconocerme, y me invadió
una alegría salvaje, una carcajada interna que no
llegué a liberar. Estúpidos chicos... ¿Dónde miraban?
Yo era preciosa, tan frágil y tensa, y todo me
parecía posible. Cuando regresara al instituto iban
a descubrirlo.
Fue la única vez en mi vida en la que he disfrutado
de esa sensación. Paseé ante el espejo, me ob-
servé de frente y perfil y sonreí e hice muecas hasta
que me cansé. Guardo ese momento como uno de
los más felices de mi vida.

Mi alma a cambio de un método
eficaz que me permitiera comer lo que deseara y
no engordar, o, mejor aún, adelgazar

Necesitaba
tragar, apropiarme de la comida y convertirla
en mía. La odiaba. Como a mí misma.





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